Secuelas de Pinochet

 
 

Luis Miguel Herrera Bejines

Ayer llegó con unos zapatos de tacón corto y un pantalón pegadito, ni podía caminar de tan apretado que tenía el pantalón y me imagino               que de los zapatos… ni hablar. Se miraba cómo tropezaba, y yo no pude reírme pero empecé analizar a este sujeto, ya que lo había mirado en muchas ocasiones. Dos días anteriores traía un par de tenis, uno color rosa y otro color verde, unos pantaloncillos cortos y una camisa de tirantes.


La semana pasada, este mismo sujeto tenía el pelo pintado de verde, y estaba enfrente de mí en la fila, le ofrecí pagarle el café y un desayuno. Intercambiamos muy pocas palabras, ya que su elocuencia no era tan desenfrenada, y me dijo yo me llamo… ya sabes mi nombre. Este tipo me hablaba del Che como si hubieran estado juntos en alguna de esas selvas latinoamericanas o simplemente porque hubiese leído en alguno de sus tantos escritos. Otro día lo miré con una guitarra al hombro, como un Sabina forastero navegando en los prados argentinos de la pampa, yo me impresioné, aunque poco ya me espanta. Afuera del café, empezó a entonar la canción de El Elegido con una mirada perspicaz y llena de fulgor, y sin más ni menos, empezó a desentonar su voz, y yo ahí de chismoso, tomó su guitarra y la hizo pedazos, así porque sí. El estuche lo tiró a la basura y empezó a deambular por la calle, se le escuchaba que lloraba, haciendo sollozos, riéndose. Lo miré que corría por la acera y muy a distancia se perdía su silueta. Escuchando a la gente aquí y allá, me di cuenta que este señor era chileno, y había vivido algunas experiencias bastante fuertes en su vida adulta que lo hicieron crear la persona que es hoy. Lo cierto es de que hoy llegó con traje sastre, zapatos amarillos, corbata verde, corte de pelo limpio, rasurado. Le saludé otra vez y le ofrecí un café… me miró a los ojos y me confesó que a veces se soñaba en la dictadura de Pinochet todavía.

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